Milton Friedman y su esposa son dos amantes de la libertad que viven en las bibliotecas atemporales. Sin embargo, a alguien podría chirriarle el hecho de que Milton nos previniera de la inmigración masiva. ¿No son acaso los liberales partidarios de la libertad de movimientos, ya sean de capitales, de mercancías o de personas? En efecto, lo son. Pero Friedman, casado con una inteligentísima señora que es inmigrante en EE UU, lo que decía era que el Estado del Bienestar es incompatible con la recepción de inmigración masiva. Que un mismo territorio tendría que optar o bien por mantener el Estado del Bienestar o bien por aceptar la libertad de movimientos migratorios; pero que ningún país podría sostener ambas cosas simultáneamente.
Existen dos tipos de inmigración. La que aporta, en términos de riqueza, valor añadido a los países receptores y la que en esos mismos términos los empobrece.
La segunda viene caracterizada por la proliferación de 'seekers', es decir, por inmigrantes que acuden a un país con el ansia fundamental de verse beneficiados por las dádivas del Estado del Bienestar. La primera, en cambio, es la de inmigrantes formados que acuden a aquéllos mercados laborales que permiten más capacidad de competencia, es decir, donde podrán utilizar con mayor eficacia las habilidades que disponen.
Las políticas estatalista que imperan en España han permitido la proliferación de una marea incontrolable de seekers que hoy -y sobre todo mañana- ponen en tela de juicio la sostenibilidad (permitanme el palabro) del Estado del Bienestar. Friedman tenía razón.
Pero A. Merkel acaba de anunciar que en breve presentará un paquete de medidas para favorecer que los jóvenes universitarios españoles puedan acudir al mercado laboral alemán. España vuelve a coger las maletas camino del país teutón, como hacíamos en los años sesenta.
¿Somos un país receptor o emisor? Somos las dos cosas. Como cualquier país a lo largo de la historia de la Humanidad.
Pero el saldo final de nuestra balanza demográfica es demoledor y demuestra la estulticia del ideologismo que nos ha dirigido en los últimos treinta años, sin excepción temporal: importamos seekers y exportamos talento. ¿Es eso lo que garantiza nuestro futuro como sociedad?. No. Es, repito, el resultado de un buenismo ideológico que no tiene nada de bueno.
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domingo, 23 de enero de 2011
Libertad e inmigración
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martes, 18 de enero de 2011
Cita del día
"No tengo ningún respeto por la pasión de la igualdad, que se me antoja mera idealización de la envidia"
Oliver Wendel Holmes, Jr
Es un clásico (desde Bobbio) clasificar la izquierda de la derecha en relación al binomio igualdad-libertad. Tal y como nos previno Isaiah Berlin, la igualdad entendida no en el plano jurídico (igualdad ante la ley) sino como elemento material (igualdad de medios) no sólo constituye una injusticia, sino un imposible, en la medida en que para obtenerla es necesario tratar como desiguales en el plano jurídico a las personas.
En efecto, las políticas igualizadoras y distribuidoras discriminan a los agentes más válidos y activos de una economía en beneficio de otros. Como bien señalaba Hayek, el mérito a recompensar no lo compone únicamente las habilidades de las personas, sino la correcta utilización de las mismas.
Por otra parte, la igualdad es incompatible con la libertad. Al menos con lo que Berlin denominaba "libertad negativa" que es, justamente, la que atañe al liberalismo.
El problema del igualitarismo distribuidor es básicamente que destruye no únicamente la libertad, sino también la democracia, entendida esta no como un fin en sí mismo, sino como un procedimiento político en la resolución de determinados conflictos o cuestiones sociales.
Tras el mantra del igualitarismo distribuidor lo que en realidad se esconde es el ansia del Estado por expandirse mediante una justificación supuestamente moral. Un Estado que, visto así, es totalitario porque, como nos dijo Mises, no hay camino intermedio entre la intervención y la libertad. No hay terceras vías.
Así que el dilema es obvio: ¿estamos dispuestos a cambiar nuestra libertad por una supuesta igualdad que nos asegure -también supuestamente- nuestra seguridad?
Veremos como ese dilema, en realidad, esconde una trampa bien disimulada por los poderosos intereses de los estatalistas.
Oliver Wendel Holmes, Jr
Es un clásico (desde Bobbio) clasificar la izquierda de la derecha en relación al binomio igualdad-libertad. Tal y como nos previno Isaiah Berlin, la igualdad entendida no en el plano jurídico (igualdad ante la ley) sino como elemento material (igualdad de medios) no sólo constituye una injusticia, sino un imposible, en la medida en que para obtenerla es necesario tratar como desiguales en el plano jurídico a las personas.
En efecto, las políticas igualizadoras y distribuidoras discriminan a los agentes más válidos y activos de una economía en beneficio de otros. Como bien señalaba Hayek, el mérito a recompensar no lo compone únicamente las habilidades de las personas, sino la correcta utilización de las mismas.
Por otra parte, la igualdad es incompatible con la libertad. Al menos con lo que Berlin denominaba "libertad negativa" que es, justamente, la que atañe al liberalismo.
El problema del igualitarismo distribuidor es básicamente que destruye no únicamente la libertad, sino también la democracia, entendida esta no como un fin en sí mismo, sino como un procedimiento político en la resolución de determinados conflictos o cuestiones sociales.
Tras el mantra del igualitarismo distribuidor lo que en realidad se esconde es el ansia del Estado por expandirse mediante una justificación supuestamente moral. Un Estado que, visto así, es totalitario porque, como nos dijo Mises, no hay camino intermedio entre la intervención y la libertad. No hay terceras vías.
Así que el dilema es obvio: ¿estamos dispuestos a cambiar nuestra libertad por una supuesta igualdad que nos asegure -también supuestamente- nuestra seguridad?
Veremos como ese dilema, en realidad, esconde una trampa bien disimulada por los poderosos intereses de los estatalistas.
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