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martes, 18 de enero de 2011

Cita del día

"No tengo ningún respeto por la pasión de la igualdad, que se me antoja mera idealización de la envidia"
Oliver Wendel Holmes, Jr

Es un clásico (desde Bobbio) clasificar la izquierda de la derecha en relación al binomio igualdad-libertad. Tal y como nos previno Isaiah Berlin, la igualdad entendida no en el plano jurídico (igualdad ante la ley) sino como elemento material (igualdad de medios) no sólo constituye una injusticia, sino un imposible, en la medida en que para obtenerla es necesario tratar como desiguales en el plano jurídico a las personas.
En efecto, las políticas igualizadoras y distribuidoras discriminan a los agentes más válidos y activos de una economía en beneficio de otros. Como bien señalaba Hayek, el mérito a recompensar no lo compone únicamente las habilidades de las personas, sino la correcta utilización de las mismas.
Por otra parte, la igualdad es incompatible con la libertad. Al menos con lo que Berlin denominaba "libertad negativa" que es, justamente, la que atañe al liberalismo.
El problema del igualitarismo distribuidor es básicamente que destruye no únicamente la libertad, sino también la democracia, entendida esta no como un fin en sí mismo, sino como un procedimiento político en la resolución de determinados conflictos o cuestiones sociales.
Tras el mantra del igualitarismo distribuidor lo que en realidad se esconde es el ansia del Estado por expandirse mediante una justificación supuestamente moral. Un Estado que, visto así, es totalitario porque, como nos dijo Mises, no hay camino intermedio entre la intervención y la libertad. No hay terceras vías.
Así que el dilema es obvio: ¿estamos dispuestos a cambiar nuestra libertad por una supuesta igualdad que nos asegure -también supuestamente- nuestra seguridad?
Veremos como ese dilema, en realidad, esconde una trampa bien disimulada por los poderosos intereses de los estatalistas.

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