Hay dos tipos de partidos políticos: aquellos que pretender convertirse en herramientas de experimentos de laboratorio social, los que pretenden cambiar la realidad para seguir el patrón de un liderazgo iluminado y despótico que sabe mejor que todos nosotros lo que en realidad nos conviene; y aquellos otros que nacen desde el respeto a la libertad de las personas, que centran en el espíritu creativo de la libre iniciativa el patrón del progreso y del cambio.
Los partidos de la ingeniería social tienden a confundirse con el Estado. Sólo de ese modo pueden articular las políticas que nos lleven a esa pretendida Arcadia feliz en la que sueñan. Ya sea el socialismo en sus diferentes variantes (mínimas variaciones, por otra parte) o el nacionalismo de base historicista o racial. Son partidos pro-Estado.
En cambio, los partidos "frente al Estado" tienen frente a este una actitud reacia y desconfiada. La defensa de la esfera individual de cada uno de nosotros exige una representatividad política basada en la confrontación con la tendencia expansiva de la burocratización y la estatalización.
En medio, como bien señaló Von Misses (Crítica del intervencionismo, Unión Editorial, 2006), no cabe nada. No hay tercera vía posible porque el "intervencionismo mínimo" lleva inexorablemente a un bucle de más y más intervencionismo progresivo.
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